Aquella mañana, como todas las mañanas desde que era una niña, se levantó pronto y miró por la ventana. Los primeros rayos de luz comenzaban a dibujar temblorosas formas sobre la superficie del lago. Ni una sola nube. Respiró profundamente y sonrió. Era importante que hiciera buen tiempo para poder hacer lo que había planeado esa mañana.
Mientras preparaba el desayuno sin hacer ruido, dos agudas y potentes voces acabaron a dúo con el silencio.
—¡MAMÁ! ¡YA ES DE DÍA!
—Buenos días, hijos —respondió ella mientras entraba rápidamente en su habitación—. No habléis tan fuerte, que despertaréis a papá.
Los dos niños se miraron y, pasados unos segundos, la pequeña se levantó de la cama y se acercó lentamente a su hermano mayor.
—Shh... No hables tan fuerte —le susurró—, que vas a despertar a papá.
Tras el obligatorio paso por el baño, los tres se sentaron en la mesa de la cocina y comenzaron a desayunar. Como su instinto de madre funcionaba a la perfección, no le sorprendieron en absoluto las caras tristes y miradas distraídas que mostraban los dos niños. Aun así, preguntó:
—A ver, ¿a qué vienen esas caras largas? ¿Estáis tristes porque hoy volvemos a casa?
—Yo no quiero que se acaben las vacaciones —respondió la niña—.
—Yo tampoco —añadió su hermano—. Además, mañana tengo que empezar el cole de primaria y dicen que es muy difícil.
Su madre les sirvió un vaso de leche fría.
—Bueno, este año aprenderéis cosas muy importantes en el colegio. Yo creo que tendríais que estar muy contentos de volver.
—Pero yo no quiero aprender nada más —protestó su hijo—. Yo ya sabo muchas cosas...
—Eso es verdad, cariño. Tú sabes muchas cosas… Y tu hermana, también. Y yo... —Hizo una pequeña pausa para acabar su vaso de leche y continuó—. Pero yo cada día estoy aprendiendo cosas nuevas. Por ejemplo, en los cuarenta días que hemos pasado aquí, en la casa del lago, he aprendido algo nuevo todos los días. ¿Os apetece dar un paseo y aprender una cosa nueva hoy?
Con la boca llena y sin alternativas claras, ambos asintieron sin convicción.
***
Pocos minutos después, los tres ya estaban preparados y saliendo por la puerta principal. Como todas las veces que salían de la casa, los niños corrieron hacia la barandilla que delimitaba el porche para contemplar las hermosas vistas del lago.
—Este lago es tan grande y tan bonito, mamá —dijo la pequeña—. Ven aquí, mamá. Las vistas desde aquí son las mejores.
Su madre se aproximó y le ofreció una mano a cada uno.
—¡Vamos! Hoy lo veremos más de cerca.
Los niños cogieron su mano y ella los guió por las escaleras de madera que descendían hasta la pequeña playa arenosa en la que se habían bañado casi a diario durante aquellas últimas semanas. Pero ese día, a diferencia de los otros, su madre los condujo hasta el pequeño embarcadero situado en el extremo más alejado de la playa. Allí, señaló a la pequeña barca de remos que reposaba sobre el agua y, uno por uno, los ayudó a subir.
Durante un buen rato, remó bordeando la orilla del lago y esquivando hábilmente las rocas y las constantes preguntas de sus hijos sobre dónde iban y qué iban a aprender. Finalmente, dejó los remos en el suelo de la barca y desveló la mitad del misterio.
—Hemos venido a visitar un árbol muy especial... Mirad allí —dijo apuntando a una extraña formación rocosa que se elevaba unos diez metros sobre el agua justo a la orilla del lago—. ¿Sabéis por qué es especial?
Mientras se acercaban lentamente con la barca, los dos niños observaron aquella columna de piedra que se ensanchaba en la parte superior creando una pequeña plataforma. En lo más alto, un solitario pino se balanceaba suavemente mecido por una casi imperceptible brisa.
—Mamá, yo creo que hay un tesoro en ese árbol de ahí arriba —respondió la pequeña señalando el borde de la plataforma—. Por eso un pirata ha fabricado con unas ramas ese puente que une la piedra con la orilla. Así puede pasar y coger el tesoro.
—Tienes razón, cariño, hay un tesoro en el árbol y tiene mucho que ver con ese puente que has visto. —En ese momento la barca llegó a la orilla—. Fijaros bien en el puente. No son ramas. Son las raíces del árbol —explicó mientras los tres se situaban justo bajo las enormes raíces que, al parecer, habían saltado varios metros desde la plataforma de roca hasta tierra firme—. Como nació en un sitio en el que no tenía casi tierra ni agua para alimentarse, ha tenido que ir a buscarla a...
—¿Las raíces saben volar, mamá? —interrumpió el niño.
—No, cariño, esas raíces no saben volar y eso es, precisamente, lo que os quería enseñar hoy. Hace cuarenta años, donde ahora veis estas raíces había un arco de piedra que unía la plataforma en la que nació el árbol con el otro lado. Como el árbol quería crecer, sus raíces fueron avanzando poco a poco a través del arco buscando la nutritiva tierra de la que se alimentan los árboles. Pero, mientras tanto, el agua y el viento estaban erosionando el arco... Hasta que un día, hace varios años, el arco se cayó al suelo.
—Por suerte, las raíces ya habían llegado al otro lado —dijo el pequeño sonriendo—. ¿Verdad, mamá?
—Así es —respondió devolviéndole la sonrisa—. El árbol había trabajado durante años y había formado unas raíces largas y sólidas que ahora le permiten vivir cómodamente. Y por eso...
—...y por eso los niños tenemos que ir al colegio —concluyó su hijo cogiendo por el brazo a su sorprendida hermana pequeña—. ¿Tu también lo entiendes, verdad?
—Creo que sí —contestó dubitativa—, pero los otros árboles no han tenido que hacer ese trabajo y también parecen muy cómodos.
—Es cierto —replicó su madre—, pero sin duda nuestro árbol especial es el que tiene las mejores vistas del lago.
Durante un instante, todos se quedaron en silencio. La niña miró de nuevo el árbol sobre la piedra y notó como una fugaz ráfaga de viento desplazaba hacia abajo las ramas más altas. Pensó que aquel árbol tan listo estaba intentando mover la cabeza para darle la razón a su madre.
Sin bajar la vista, le dirigió otra enorme sonrisa y afirmó satisfecha:
—Lo entiendo.
Fin
Para Natalia, que durante muchos años ha fabricado raíces en todas las direcciones posibles.