Ahora que ya han finalizado los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y hemos vuelto a vivir gloriosas proezas deportivas y emocionantes ceremonias, no he podido evitar recordar un episodio olímpico que, aunque emocionante, no creo que se pueda calificar como "gloriosa proeza".
Ocurrió en Seúl, el 17 de septiembre de 1988, durante la ceremonia inaugural de los XXIV Juegos Olímpicos.
La tradicional liberación de las palomas de la paz
Como venía ocurriendo desde Amberes 1920, la ceremonia inaugural incluyó en sus comienzos una simbólica liberación de palomas blancas recordando uno de los principales valores olímpicos: la paz.
Como las palomas fueron importadas especialemente para la ocasión, no conocían la ciudad, así que decidieron que no tenían otra cosa mejor que hacer que quedarse a ver el resto de la ceremonia.
El lugar que escogieron para contemplar el espectáculo fue una elegante torre que ofrecía unas excelentes vistas a todo el estadio.
Después de un rato de buena música y buenos bailes coreanos, tres individuos se acercaron al improvisado palomar, también conocido como pebetero, armados con unas antorchas. Se mascaba la tragedia...
El encendido del pebetero
El pebetero se encendió tal como estaba previsto y el resultado os lo podéis imaginar: una excelente barbacoa de palomas y multitud de defensores de los derechos de los animales en pie de guerra. Por suerte, tal como se aprecia en el extremo izquierdo de la foto oficial, algunas aves con buenos reflejos escaparon a tiempo.
Aquí tenéis un vídeo del momento. Lo bueno empieza en el minuto 7:
Conclusiones
Tras el suceso, rápidamente se buscaron culpables. Algunos dijeron que la organización debería haberlo previsto. Otros señalaron a las palomas, argumentando que deberían estar más familiarizadas con el protocolo de encendido de un pebetero, después de tantos años participando en las ceremonias...
Al final, la consecuencia real de aquella barbacoa fue que las palomas solo participaron en una ceremonia más, la de Barcelona 1992, y con unos prácticos pinchos alrededor del pebetero.
Supongo que, por lo tanto, la conclusión es que la culpa fue de las palomas...